Simón Bolívar: El Servidor de la Nación



El Servidor de la Nación 

En la época de la Independencia no había aviones, ni ferrocarriles, ni vehículos a motor; no había autopistas ni carreteras. Los caminos eran escasos y malos; en tiempo de lluvia eran intransitables. No existía radio, telégrafo, teléfono ni televisión. El correo se desplazaba, con las personas, por barcos a vela o remos, a caballo, en burro o a pie. Las distancias que Bolívar recorrió fueron enormes. La sola proeza física que él realizó, desplazándose sobre el tan dilatado mundo que él conoció, lo califica como un hombre excepcional.
A las naciones bolivarianas, hasta ahora consideradas seis, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú, Bolivia y Venezuela, si somos fieles a la historia debemos sumar dos más: Costa Rica y República Dominicana, en ambas se manifestó espontáneamente el deseo, durante el curso difícil y glorioso de la epopeya, de incorporarse a la empresa política de Simón Bolívar; la gran Colombia.
Esas ocho naciones ocupan más de cinco millones de kilómetros cuadrados. Es la misma superficie de veintitrés países europeos. Sorprende pensar que en el ámbito de la acción de Bolívar pueden colocarse sumados y reunidos países tan importantes como Francia, Inglaterra, Alemania, España, Italia, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Portugal, Dinamarca, Yugoeslavia, Checoeslovaquia, Rumania y diez más; todos juntos ocuparían un espacio terrestre similar en tamaño al que Simón Bolívar libertó.
Si se mira con cuidado un mapa en relieve de América y se examina el escenario geográfico de las hazañas bolivarianas, la admiración sube de punto. Y más aún si pensamos que toda esa acción era desinteresada, arriesgando a cada instante la vida en un empeño generoso como era el de dar libertad. El iba siempre emancipando pueblos, peleaba no con el fin de despojar a nadie de sus bienes ni de suprimir derechos, sino para asegurar la dignidad de la persona humana y restituirle el pleno goce de sus garantías y de sus naturales e irrenunciables atributos.
Insistimos en que es ciertamente grandiosa el área de nuestra América que él abarcó en sus redoblados esfuerzos por afirmar la libertad y establecer la democracia. También impresiona la diversidad de asuntos que él tuvo que atender.
Aun cuando la circunstancia política y social en los veinte años de actuación de Bolívar fue generalmente de crisis y guerra, él se esforzó en consolidar un régimen de derecho; su sueño era un Continente donde la Constitución y las leyes imperaran. Estableció, cuantas veces pudo, un Consejo de Estado con la gente más ilustrada, serena y honesta, para que lo asesorara en el Gobierno. Procuró que hubiera y funcionara siempre un Congreso, como la representación cabal del pueblo, para que el pueblo mismo a través de sus elegidos hiciera su ley y juzgara la conducta de sus magistrados.
Como gobernante Bolívar fue un modelo. Es admirable no únicamente por su sentido del deber, de la rectitud y la justicia a todo trance. A la hora de escoger a sus colaboradores para las altas posiciones públicas no se guiaba por motivos de capricho o simpatía, sino por las cualidades y los merecimientos de las personas. El decía que sólo con hombres intachables se puede hacer un buen gobierno. Hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados constituyen las Repúblicas”. Para el ejercicio de un cargo oficial se requiere aptitud y capacidad; el servicio público es más exigente e importante que el servicio privado porque se dirige a toda la comunidad y no simplemente a algunos individuos. El empleado público debe ser constante y vivo ejemplo de eficacia e integridad moral.
Un día de agosto de 1821 llegó al Libertador la solicitud de un ciudadano, de nombre José Guanche, dirigida al Congreso de Colombia para que lo nombraran Prefecto de un pueblo oriental. Nunca, en ningún país, los congresos hacen tales nombramientos, esta es materia del Poder Ejecutivo. Los congresos hacen leyes, no designan gente para cargos ordinarios de la administración. La cuestión pues, correspondía al Libertador que era el Presidente; a él le trasladaron la petición de Guanche. Luego de leerla, Bolívar anotó al margen: “Negado, porque poco debe saber administrar justicia ni gobernar pueblos quien no sabe la autoridad a quien debe ocurrir, ni de quien depende”.
En muchos países de América se ha visto prevalecer un corrompido sistema de amiguismo sin fundamento y de favoritismo familiar a la hora de ofrecer honores y nombramientos públicos. Bolívar era diferente; su procedimiento era otro, así él explicaba en una oportunidad: “No se me acusará de haber elevado y puesto en los altos destinos del Estado individuos de mi familia; al contrario, se me puede reprochar el haber sido injusto para con algunos de ellos, que seguían la carrera militar. Por ejemplo, mi primer edecán, Diego Ibarra, que me acompaña desde el año 1813, ¡cuántos años ha quedado de capitán, de teniente coronel y de coronel! Si no hubiera sido mi pariente, estuviera ahora de general en jefe como otros que quizás han hecho menos que él; hubiera entonces premiado sus largos servicios, su valor, su constancia a toda prueba, su fidelidad y patriotismo, su consagración tan decidida, y hasta la estrecha amistad y la alta estimación que siempre he tenido por él; pero era mi pariente, mi amigo, estaba a mi lado, y estas circunstancias son causa de que no tenga uno de los primeros empleos en el ejército”.
A cada paso reafirmaba su fe en la moral. Hoy se ve al frente de los edificios educacionales un hermoso lema suyo: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Con esas palabras nos recuerda que —por encima de las materialidades— para hacer la Patria está la cultura: Están los principios éticos; la virtud, la verdad, el bien, la justicia, eso es la moral. Y están las ciencias, la filosofía, las artes, eso son las luces.
Bolívar propuso al Congreso de Angostura crear un Poder Moral. Sería una rama superior del Gobierno tal como el Poder Legislativo o el Poder Judicial o Ejecutivo. Lo formaría un organismo que se iba a llamar Areópago —palabra de origen griego que significa alto tribunal—, compuesto por las personalidades más brillantes y respetables de la nación; se agruparían en dos Cámaras, una de Moral y otra de Educación. Atenderían a la instrucción y educación públicas, al fomento de la cultura y demás asuntos afines. La proposición de fundar el Poder Moral no fue acogida por el Congreso de Angostura. El Congreso rechazó muchas ideas de Bolívar, eso prueba que Bolívar no lo presionaba y que ese Cuerpo actuaba libremente según su propio parecer.
Es viejo y reprobable el vicio de usar el ejercicio del gobierno para provecho personal del mandatario. El robo al tesoro público se practica desde la antigüedad, y los pueblos no se equivocan al despreciar completamente a aquellos de sus dirigentes que incurren en tan bochornoso delito. Bolívar era inflexible, enérgico y severo contra ese tipo de inmoralidad. A su juicio, el hombre que gobierna debe ser ejemplo de honradez y pulcritud. Bolívar estableció penas drásticas contra corrupción administrativa. No titubeó al decretar; do aquel que fuere convencido de haber defraudado los caudales de la renta nacional, será pasado por las armas, y embargado sus bienes para deducir los gastos y perjuicios que origine”. Mandaba que en los periódicos se dijera la verdad y se denunciara abiertamente a los ladrones del Estado. Para el presente y para el porvenir de América, la intransigencia radical de Simón Bolívar contra los delitos, es un principio de saludable proyección que debe mantenerse y ampliarse a todas las inmoralidades. El no distinguía en cuanto al tamaño de lo sustraído; lo importante era el hecho y no el monto:
La pena capital, anunció una vez, se ha establecido por bandos del ejército para los que roben aunque sea el valor de un real y muchos individuos han sido fusilados”.
Fue permanente el respeto de Bolívar a la soberanía popular representada en el Congreso. Sin ocultar nada, escribió en 1828 a su fiel compañero Pedro Briceño Méndez: Sobre lo que convenga que haga el Congreso respecto a nuestra forma política, ya he dicho antes mi opinión. Sólo debe hacerse la voluntad del pueblo, y, por mi parte, estoy firmemente decidido a someterme a las deliberaciones de la nación representada en el Congreso Constituyente que debe reunirse, cualesquiera que ellas sean. El Congreso fijará los destinos de Colombia, establecerá la forma que más convenga, hará el bien o el mal, y de cualquier modo yo obedeceré su voluntad Todo esto se encuentra en armonía con un precepto bolivariano que debe regir siempre nuestra acción, así en los máximos asuntos nacionales como en nuestras asambleas estudiantiles y en todo lugar donde una pluralidad de individuos delibere: En los gobiernos no hay otro partido que someterse a lo que quieren los más’. Si bien es digna de consideración una cualquiera y toda persona, la mayoría siempre se halla por encima de los intereses individuales. La esencia de la democracia está en el acatamiento a lo que resuelva la mayoría.

Tomado de:
Bolívar, Un Hombre Diáfano: José Luis Salcedo Bastardo. 1977

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